A veces nos enredeamos en nosotros mismos, creando telarañas de las que somos incapaces de escapar. Hilos invisibles que se enredan en nuestras almas y aprietan tan fuerte el corazón que su roce parece gritarte ¡muere!
Esos mismos hilos se lían con los hilos de otros, creando nudos e intersecciones de caminos que te alejan de tu propio camino. O que te apartan del otro para, de pronto, atraerte al otro.
Y es que, para nuestra desgracia, no somos los únicos con dominio sobre nuestra existencia. No lo vemos, pero entre las sombras siempre hay hilos que, como si fueramos marionetas, nos mueven. Pero esos hilos no se anudan a los dedos de ningún tiritero; son movidos al de los corazones de quienes nos rodean.