
Aunque, en cierta forma, la vida es como una vieja librería en la que los libros se arremolinan escondidos entre el polvo y el olvido. Que se agrupan por temática: los sueños, los viajes, los amores eternos y rotos, la familia, los amigos, el trabajo, los fracasos y los éxitos. Reunidos en pequeños grupos que, como las guías de viaje, marcan el mapa vital de cada cual.
Así es la vida, un camino que se recorre lento e inexorable, en el que se aprende a cada paso y se pierde en cada caída. Un camino para recorrer acompañado, en el que algunos te pondrán piedras mientras otros tienden puentes.
Una vida, al fin y al cabo, que se vive intensa, que se recorre corriendo, buscando una meta inexorable. Que tiene un destino final trágico si, en ese baúl de viejos libros, de albums de recuerdos personales, solo queda pesadumbre; pero que será apoteósico si todas los libros son como esas viejas de viajes donde los malo quedó oculto por la luminosidad de las fotos, por el color de los grabados, por la vitalidad de lo vivido.
Y cada uno vive como quiere. Quizá cada tiene su vida organizada de una manera, la mía, desde luego, es como una biblioteca y, por ahora, son pocos los rincones oscuros; pocos los libros que escondo en una tercera línea para olvidar lo malo que en ellos hay escrito. Y es que, con sus claroscuros, mi vida es una buena vida para vivir.