Nuestra sociedad se encamina al individualismo, a una existencia más virtual que real, donde los amigos se cuentan por clicks de facebook pero donde los bancos de la leona se quedan vacíos, silenciosos, sin risas, ni llantos, ni confesiones a la luz de la farola. Nos estamos habituando a mantener relaciones sin contacto, sin necesidad de tocar, palpar, abrazar, besar. Nos hemos habituado a la soledad de nuestros ordenadores, nuestros teléfonos y nuestras redes sociales. Pero donde quedar con los amigos, sentarse a hablar con la familia, disfrutar de risas entorno a un paquete de pipas y los recuerdos de las «aventuras» vividas juntos comienza a desaparecer.
Silencio
La soledad es uno de los mayores males de la Humanidad. Esa soledad que hace que la existencia de una persona pase sin pena ni gloria por este mundo calamitoso. Y nada debe haber más triste que una vida de la que nadie se preocupa, del no recibir una sola llamada para preguntar un ¿cómo estás?
Creo que eso es lo que más ha llamado la atención de la noticia aparecida en los medios hace unos días, cuando unos obreros descubrieron el cuerpo descompuesto de una enfermera gaditana tendida en su cama, en la que ha descansado durante 5 años sin que nadie —excepto las compañías eléctricas— se hayan puesto en contacto con ella.
Cinco años sin recibir una sola llamada, ni de amigos ni de los pocos familiares —parece ser que tenía unos primos lejanos—, ni de los compañeros de un trabajo que abandonó por una baja. Cinco años de silencio que me llevan a pensar en que nos convertiremos.
Hoy es cada vez más raro vera los niños jugar en la calle, y más común ver reuniones repletas de miradas al móvil. Reconozco que yo también lo hago, cada vez que tengo un minuto ojeo el teléfono aunque no me de tiempo a ver nada. Un mal hábito que debo desterrar. Como debemos desterrar la soledad y el silencio de nuestras vidas para que nunca, nadie más, pase cinco años sin oír un simple ¿cómo estás?