Todos tenemos nuestras aficiones más allá de las meramente culturales (que bonito queda decir «me gusta el cine, el teatro y leer») y entre las mías se encuentra el warhammer. Una suerte de ajedrez de grandes dimensiones y miles de figuras con sus propias características. Un juego de guerra en un mundo de fantasía con el que pasé horas y horas encerrado en un garaje. Pero, sobre todo, pase mucho tiempo pintando las figuras.
Auqnue este juego es mucho más: tiene un parte de coleccionista y otra de superación. Superarse al pintar cada figura mejor que la anterior, de lograr mejores puntuaciones o ganar (alguna) partida. Pero hace años abandoné el juego ya que mis compañeros de partida habían ido dejándolo atrás y uno solo no puede jugar. Comencé, entonces, a pintar y coleccionar, pero eso también lo abandoné. Y ayer, hablando con mi sobrino y explicándole porqué lo había dejado me di cuenta que, la verdad razón, es que Games Workshop había terminado matando la gallina de los huevos de oro.
Los que llevamos tantos años en esto (más de 20 en mí caso) aún recordamos aquellas figura de plomo, sin muchos detalles, que dejaron paso a las de «metal blanco» cuando el plomo se prohibió en gran parte de Europa. Aceptamos la subida de precio por la calidad de las figuras, pero nuevamente, hubo subidas de precio y bajada en el material, que ahora pasaba a ser de plástico. Si al principio podías comprar un dragón de plomo por 10.000 pesetas, ahora tienes que pagar 47€ por una figura de plástico como la que muestra la foto
El problema es que, viendo la calidad de las figuras, uno empieza a pensar que la gallina vuelve a revivir.