Desde hace años, he cogido una extraña rutina: comentar ciertas series con una gran amiga. Pero ayer, 15 meses después del último capítulo, cuando volvía «Aguila Roja» una sensación de malestar acompañó la expectación por el regreso de la serie de aventuras. Ella, ahora en el extranjero, no podría acompañar los aspavientos de Satur con su propio humor.
Pero, al contrario que otras televisiones, TVE ha logrado mantener nuestra rutina al permitir que desde el lugar en el que ahora habita pudiera seguir unida a mí. El fino e invisible hilo de internet permitía así mantener viva una tradición amistosa que se remonta a noches viendo «El internado», en el que las risas por lo que veíamos iban creando una irrepetible red de lazos. Esos que solo pueden ser entendidos desde dentro, y que se hacen en absurdo pilar de la amistad.
Por cierto, a la serie le faltó algo de Águila y mucho de Satur. El humor de este nuevo Sancho Panza es de lo mejor de la Águila Roja, pero ayer, quizá por ser el primero después de tantos meses y había que recordar lo vivido en la temporada anterior, se centró la trama demasiado en el palacio de la malvada Lucrecia.