Siempre fui más de Lancelot que de Arturo. Quizá porque el primero siempre fue un segundón que nunca tuvo lo que realmente quiso, perdido en manos del segundo; que siempre fue el primero. Pero hasta hoy no me he dado cuenta de cuan cerca estoy de ser él. El primero que es segundón, digo. Y, lo peor de todo, hasta hoy no me he dado cuenta de lo que debió sufrir la madre de mi querido caballero. Y quizá se pregunten porqué digo esto; pregunta absurda, innecesaria y que demuestra un exceso de tiempo en sus vidas que deberían suplir con otra cosa mejor que leer estas letras: hacer ganchillo, por ejemplo.
De mi y Lacelot
Pero, si aún así tienen interés, se los diré. Andaba yo por casa tranquilamente cuando escuché una voz cercada desde algún lugar que gritaba:
-¡Haz el favor de quitar las espadas de detrás de las cortinas, saca el escudo del armario, y la tienda del trastero se la das a uno de tus amigos!
Y me he imaginado a la madre de mi muy querido Lancelot gritándole similares palabras a su hijo mientras Arturo y él jugueteaban en la puerta con espadas de madera. Por que, por más batallas que luche el caballero andante, aunque se frente con villanos infames y terribles dragones, ninguna lid será tan dura, como la terciada contra su madre.