Hoy es domingo, debería cerrar por vacaciones, pero soy incapaz. Me he dado cuenta que, como los maestros constructores del barroco, también yo sufro de horror vacui y necesito recargar mi vida con cosas que hacer. Es cierto que, quizá, debería dejar algo, pues mi cuerpo y mi mente podrían terminar resintiéndose; pero ¿qué abandonar? Tengo claro que, mientras pueda, seguiré adelante con todo ello: Manos Unidas, el trabajo, la tesis, los libros, el blog, el inglés. Necesito rellenar mi vida de aquello que me llena aunque algunos crean que dejo de lado otras cosas importantes. Y sí, es posible que por mi forma de ser, la vida social quedé en un segundo plano.
Sé que debería salir de mi propia burbuja y, como me dice alguna buena amiga, hacer acto de presencia y “abrir círculos”. Seguro que tiene razón, pero en estos días tan solo me apetece encerrarme con mis libros, leer más y más: literatura e historia, pero también otras cosas. Estos días vuelven a mis manos letras filosóficas, que me ayudan a pensar con claridad; que me aportan ese toque de razón que tanto valor doy en mi vida.
Y es que debo ser más extraño de lo que yo mismo creo, pues doy casi la misma importancia a la razón que a la fe. Y los dos se convierten en pilares básicos de mi vida. La fe que me lleva a creer en Dios e intentar ser fiel a sus principios, por más que como humano que soy, pequé más de la cuenta. La razón para intentar que mis actos en esta vida sean coherentes con mi fe, pero también sean pensados y sopesados para evitar causar males y daños a los demás; y a mí mismo. Y aunque eso suponga dejar los sentimientos a un lado muchas veces; la razón me permite sin duda alguna, acercarme a la verdad universal a la que aspira todo hombre: la felicidad.