Vuelvo por mis fueros, esto es: por los despistes, la locura del genio incomprendido, este foro y, según algún amigo, la felicidad. Será, digo yo, que quedan pocos días para cumplir los 34 y superar esta cifra maldita que es, para los dioses como yo, la edad de 33 añitos. Pero lo cierto es que, por razones que se escapan a la razón, vuelvo a ser yo. He salido del anodino trance en el que me encontraba y mis dedos vuelven a volar sobre el teclado, convirtiendo hojas vacías en historias inventadas.
Vuelvo por mis fueros y, pese a la crisis que mata la alegría, sonrió por la calle, saludo a quienes me saludan; y miro feliz a aquellos a los que debía odiar. Me río, en estos días, de los rumores que llegan a mis oídos sobre cosas que he hecho o hago, cuando no hago más que ser yo, escribir, investigar, transcribir, interpretar -malamente- a un Herodes cualquiera, y sonreír a una vida que siempre nos trae algo para seguir luchando en ella un día más de lo necesario.
Pero, sobre todo, vuelvo a vivir vidas que no son mías, vuelvo a navegar con Cabrón, en sus ultimas páginas ya. Pienso en Jorge y me planteo como hubiese jugado Navarro su macabra partida de ajedrez. Dejo que mis palabras envuelvan nuestra historia para trasladar al cuento las leyendas de esta tierra.
Y, a la vez, buceo en nuestro pasado y avanzo en mi tesis, completando hombres, nombres y familias. Escribiendo día sí, día también -aun sabiendo que mis directores de tesis deben pensar que he muerto pues no mando nada- y andando para concluir un sueño cuya meta se acerca lentamente.
Así que sí, vuelvo por mis fueros y con fuerzas recargadas.