En la vida, en ocasiones, te encuentras con personas que destacan por algún rasgo de su personalidad. Son esas las que terminan marcándote casi sin querer. Y hoy quiero traer a este rincón a una de esas personas a las que conocí por casualidad y que, sin embargo, han supuesto un ejemplo al que seguir y un modelo en el que fijarse.
Myriam García Abrisqueta ha sido Presidenta Nacional de Manos Unidas por los últimos 3 años y medio, justo hasta el día de hoy. Y, desde hace dos años, el trato que he tenido con ella ha sido mucho más cercano al entrar a formar parte de la Comisión Permanente de esta ONGD. En estos años he descubierto una presidenta fuerte, trabajadora, luchadora incansable por los más necesitados. Pero sobre todo, he descubierto a la persona. Myriam jamás ha perdido al sonrisa. Sin importar la situación personal ni familiar; sin importar que las cosas no fueran del todo bien o que su trabajo no fuese reconocido. Sin importar el cansancio acumulado después de días y días de trabajo y viajes. Y eso me ha hecho aprender. Aprender que sin importar las circunstancias, los católicos debemos ser ejemplo de alegría pues, como decía hoy Soledad, la nueva presidenta, conocemos la verdad. Y Myriam debe conocerla muy de cerca.
Su sonrisa eterna ha sido la marca de esta casa durante más de 3 años. Una sonrisa que ha sabido contagiarnos a todos, impulsando un clima de trabajo en armonía que ha permitido cerrar algunos de los asuntos más intrincados de nuestra organización y avanzar en muchos otros.
Pero sobre todo, Myriam me ha aportado como persona. Con su ejemplo de servicio a Dios y al prójimo. Se ha convertido, sin buscarlo ni quererlo, en un ejemplo a seguir; en uno de esos espejos en los que te miras para intentar ser mejor siguiendo sus pasos. Y los pasos de Myriam han sido muchos, dados con la suavidad que le caracteriza. Con una dulzura que parece impropia de la persona que dirige una organización que ayuda a tantos millones de personas en tantos lugares del mundo.
Lo cierto es que Myriam, con su sonrisa, su dulzura y su trabajo, ha sido como esa madre bondadosa que lleva el timón de su casa con mano férrea. Sabiendo como hablar en cada momento, poniendo paz entre los hermanos y dando testimonio de vida con cada sonrisa y cada palabra. Tres años y medio de servicio a la Iglesia y a los más pobres entre los pobres que han servido para mucho más de lo que ella cree. Tres años que ha cerrado dando las gracias a todos sin darse cuenta de que, al menos yo, tendré que darle las gracias cada día de mi vida por el ejemplo que ha supuesto: el de una mujer de su tiempo, esposa, madre y profesional. Que ha cedido su tiempo y el de los suyos para trabajar por los demás; que jamás ha perdido la sonrisa por más golpes que pudiera recibir. Afable, amables, dulce y cariñosa.
El de una persona que ha sabido dejar al lado todo para ser luz en la tierra de esa Madre a la que tanto quiere.
Por eso, Myriam, gracias. Gracias por estos años de servicio y ejemplo personal