Pero también tiene su parte negativa: Inglaterra está sucia -normal, no hay papeleras-; sus infraestructuras son antiguas, viejas y dejadas, según me comenta mi amiga porque la mayoría está en manos privadas; hay un exceso de celo y las camaras se reparten por doquier haciendote vivir en un Gran Hermano -a lo que se une ahora la ley que pretende controlar todos los e-mails enviados en Inglaterra-; el clima es apatico y eso que menos el primero fue bastante bueno, incluso soleado. Pero sobre todo vi pobreza. En pleno centro de Londres, al lado de la casa de Tony Blair y no me refiero a esa pobreza/mafiosa que hoy tenemos en la puerta de cada supermercado, me refiero a pobres de solemnidad -quizá, porque otro de los problemas de Inglaterra es que no existen pensiones públicas como aquí- mezclados entre coches de lujo. Porque Inglaterra se ve rica, eso no se puede negar, pero las diferencias de clases parecen hacerse insalvables por culpa, en gran parte, de una inmigración excesiva desde las viejas colonias. Y eso permite ver como el «imperialismo» sigue patente en su sociedad, como los puestos de servicio son exclusivamente realizados por inmigrantes; ver como la diferencia de sexo está patente y como habiendo un hombre presente el dependiente o el recepcionista del hotel no se dirija a una mujer aun siendo la única que habla inglés.
Londres
Acabo de llegar de Inglaterra, como quien dice, de pasar unas minivacaciones entre Birmingham y Londres y, he de reconocer, que la idea que llevaba al irme no es la misma que traigo al volver. Como dice una amiga «no es oro todo lo que reluce», pero ¡que cabrones! cuando quieren que el latón brille como la plata lo consiguen.
Logran sacar rédito de la nada y convertir en viejo edificio en la casa natal de Shakespeare y, con ella, que todo el pueblo se convierta en un gran centro turístico. Logran convertir un museo «mediocre» (El Museo de Londres, no confundir con el British Museum) en un gran acierto turístico. Viéndolo desde el punto de vista de historiador y gaditano siento profunda envidia, porque no hay nada en ese museo que no tengamos en los nuestros ¡y de más calidad!, pero ellos saben hacerlo atractivo al visitante, exponiendo y recreando; con zonas de juegos para los niños, con actividades interactivas que te llevan a aprender y reír, aun siendo adulto.
Me ha gustado Inglaterra, no lo negaré, pero también me ha desengañado.