Hay películas que nunca, jamás, pasan de moda. Algunas se convierten en clásicos, otras pocas se hacen nueva en cada visionado y unas pocos, muy pocas, son tan especiales que salen de cualquier categoría. Y Seven (David Fincher, 1995) es de esas. Han pasado casi 12 años desde que se estrenó y aun así sigue siendo actual y no se hace «vieja».
Verla sigue siendo un placer para el cinefilo y para los amantes del cine negro. Con unas interpretaciones redondas y con un Brad Pitt que ya mostraba el grandisimo actor que sería (que es), acompañando a Morgan Freeman. La dirección de Fincher es magnifica y engrandece la obra de la pareja de protagonistas pero hay algo aún mejor, ese algo que la hace especial: su guión. Andrew Kevin Walker crea una historia intrigrante, dura, oscura, fantastica. La historia nacida de Walker es, sin duda, una de las mejores rodadas en los últimos 50 años, al nivel de Psicosis o de El tercer hombre.
Una de esas pelícuas de las que no se puede, no se debe, hablar. Hay que verla dejando que cada escena sorprenda por más conocidas que sean. Sin importar las veces que ya la hayas visto, hay que dejarse llevar, adentrarse en la oscura atmosfera de los apartamentos, los pisos, los asesinatos, los vivos y los muertos. Dejarse arrastrar hasta el final, cuando la realidad se hace patente, cuando «John» cuenta su realidad y completa su obra maestra. La obra maestra de Fincher.
Una cinta que nos habla del fanatismo, de la locura, de la sin razón frente a la razón. Que conduce por los siete pecados capitales en un camino sin retorno hasta el infierno, para dejar el cielo solo al alcance de la propia película. Una de esas que se hace eterna.
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