-El Novo Sancti Petri inaugurará una hípica, lo que demuestra que dinero hay, pero en pocas manos.
-Demolición de los últimos nichos de San José: con lo que Cádiz se convierte del todo en un gran cementerio de elefantes.
-Carnaval, mucho carnaval: el adormecimiento de un pueblo que tenía que estar en la calle para evitar el final de su historia.
Una historia de 3000 años marcada por épocas de esplendor y ostracismo. 3000 años de sobrevivir a todo gracias al tesón y a la iniciativa de los que pasaron por aquí. Quizá ese sea el secreto, «los que pasaron»: fenicios, romanos, moros, genoveses, cántabros,… gentes de fuera que supieron ver el potencial que escondía esta ciudad pero que, con el paso de los siglos, la abandonaron en manos del gaditano. El de pura cepa: el carnavalero y semanasantero que muere por su Caleta. El que se ríe por febrero aunque llore el año entero. El que deja su esfuerzo y su dinero en aprenderse unas letras, hacerse un tipo o preparar su túnica en abril mientras ensaya bajo un paso cargado con sacos de arena.
Nos hundimos, y lo hacemos con una sonrisa en la boca, como quien comprende que la muerte es inevitable y que no queda más que disfrutar los días que faltan para el final. Pero Cádiz no está en su final, no debe estarlo, pues posee todo para alzarse de nuevo: puerta entre dos mares y tres continentes; condiciones climatológicas ideales para las industrias (pensemos que aquí se pueden construir barcos el año entero); mano de obra especializada; tradición mercantil;… ¿que falla, entonces?
La respuesta fácil sería que en febrero falla el Falla -y en parte es cierto, pues el circo romano del gaditano-, pero fallan otras cosas: falla una sociedad que ha caído en el aburrimiento, en el que «más da», en el pasotismo y que no parece dispuesta a luchar por lo suyo -y no me refiero a cortar calles y quemar contendores, porque eso es vandalismo, no lucha obrera-; fallan políticos que no ven la necesidad de terminar con la fragmentación de la Bahía para crear un ente común, una única ciudad que se complemente, en la que Jerez y Puerto Real pongan sus industrias y sus tierras; Cádiz sus oficinas y la administración; San Fernando sus Astilleros y su centro residencial; Chiclana la vitalidad e iniciativa empresarial de sus gentes,… Cádiz esconde en su Bahía el éxito asegurado del futuro. Pero mientras nuestros políticos miren sus propios ombligos y no el bien general; mientras los ciudadanos caígamos en el catetismo chovinista de «mi ciudad es lo mejor» no tendremos solución y Cádiz seguira muriendo entre letras de Carnaval.