Cádiz padece un cáncer que la mata lentamente sin remedio. La ciudad del paro se para, se detiene y se pone en cola: del Carranza, de la Carrera Oficial, del Concurso del Falla, del paro. Parece ser nuestro sino: estar a la cola. En la cola están ahora junto a las taquillas del Falla. Ni sé ni quiero saber cuánto cuesta una entrada, pero es un claro síntoma de lo que nos queda por pasar en esta ciudad donde el paro aumenta cada día. Pan y circo, decían los romanos; Carnaval y Carranza dirían ahora. Pan cada vez hay menos, y menos habrá con el fin de las ayudas por desempleo. Pero no importa, la ciudad ríe. Pierde la fuerza en letras de Carnaval que exaltan nuestras virtudes e ignoran nuestros problemas.
De colas gaditanas
Morimos pero, como el moribundo que sabe que no le queda más que la risa; como las risas que se escapan en el cementerio recordando al difunto, nos reímos. De lo que somos, de lo que fuimos y de lo que nunca seremos. Reímos como el demente que ha perdido el norte, nosotros, al sur, nos reímos de un norte que no conocemos; vivimos en un paraíso terrenal y eso nos vale y sobra. Ni sabemos ni queremos saber que hay más allá de las Puertas de Tierra: Cádiz es lo mejor del mundo, aunque muchos se hayan tenido que ir porque aquí solo les quedan colas: del Carranza, de la Carrera Oficial, del Concurso del Falla, del paro.
Desgraciadamente, pronto solo nos quedará la del paro; pero no importa: el Carnaval, parte importante del cáncer que nos mata, volverá a decirnos lo grande, bonita y buena que es Cádiz y su gente.
Cádiz solo tiene dinero para carnaval y carranza, muy triste.
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