Porque, lo cierto, es que hoy no tiene nada que ver con aquello; y es una forma de mostrar la modernidad de ciertos individuos. Igual que otros, que también van de modernos, muestran orgullosos gafas de pasta sin cristales o hablan con inusitada alegría de la ausencia de televisores en su casa -como si el cine no fuera el Septimo Arte-. El problema, como el de esos modernos sin cristales, es cuando la moda se convierte en mofa y encuentras a individuos que hacen el mayor de los ridiculos por seguir los dictados de la moda. Algo así me pasó justo ayer, cuando acompoñado de mis sobrinos acudí a la pista de patinaje que, un año más, se ha colocado en la plaza de San Antonio. Estaban ellos, los niños, quitandose los patines cuando una visión horrenda vino a empañar una plácida mañana: justo frente a nosotros un joven de unos 17 años mostraba en todo su esplendor la moda de los pantalones caídos. Todo perfecto si no fuera por la más que asquerosa mancha que mostraba en el calzón blanco que cubría aquello que debería cubrir el pantalón y que, irremediablemente, me llevo a pensar que el individuo no seguía la moda carcelaria de los pantalones caídos, sino la mucho más gaditana de los juancojones.
De modas gaditanas
Entiendo, que no comparto, esa moda de ir con los pantalones caídos. Aunque estoy seguro de que pocos de los que la siguen conocen el origen carcelario de la moda en cuestión. Para quienes no sepan como se origina, era la forma que tenían los reclusos estadounidenses de mostrar su disponibilidad a ciertas relaciones sexuales; pero eso nada tiene que ver con lo que quiero comentarles.