Cuando te das cuenta de que tienes un amigo desde hace más de 30 años y otros muchos a los que hace más de 20 que están a tu lado, comienzas a comprender la realidad. Hay amistades que jamás se rompen, esas reales y no nacidas de las circunstancias; esas que se son tan intensas que no importa la lejanía para mantenerse vivas. Pero sobre todo, cuando alguien te pregunta cuánto hace que conoces a alguien y dices «20, no espera, 30 años» te das cuenta que comienzas a ser viejo.