Hoy es un gran día, lo fue, más bien. Hace la nada desdeñable cifra de 33 años la historia de este país cambió para siempre. Seguramente ninguno de los que vivió el acontecimiento, esperando ansiosos y nerviosos el resultado se podrían imaginar cuan grandioso sería el acontecimiento y como, con el paso de los años, con sus achaques y transformaciones -unas queridas por todos otras impuestas- iba a seguir enriqueciéndolos en lo personal, parte indivisible e inestable de sus vidas.
33 años ¡se dice pronto! han pasado desde entonces. Un cuarto de vida, como quién dice. 33 años de sufrimientos, de opresión y de alegría otras veces. 33 años bien llevados, con más adeptos de enemigos y con una cabeza monárquica clara. Y si no que lo digan otros: yo soy el rey de mi casa.
Pero saben, hay algo que me asusta, que me hiela el alma y los dedillos de los pies. Dicen que si mueres a los 27 años eres un mito, pero yo no soy mito, soy real. Realmente divino. Y eso me asusta, porque ¿saben? si a los 27 mueren los mitos, a los 33 lo hacen los dioses lo que irremediablemente indica, que este será mi último año de vida y que no veré la próxima reforma de la Constitución. Lastima, siempre pensé que moriríamos a la vez.