Todo lo bueno se acaba y esto está llegando a su fin. Quedan menos de dos semanas y todo cambiará, ya nada será igual. Ni la luz del sol podrá mitigar la tristeza de quienes nos vemos obligados a recordar lo vivido sabiendo que no volveremos a vivirlo. Es triste, pero la vida sigue y nada, excepto la muerte, puede detener su rápido e impasible avance. Sé que veré rostros apesadumbrados, lágrimas secas rodarán silenciosas por las mejillas de hombres de mirada ausente.
Tan solo quince días y el fin habrá llegado. La oscuridad crepuscular de septiembre vendrá a entumecer nuestros miembros, a recordarnos que corremos en una rueca gigante que no se detiene y que nos impide abandonar nuestro propio camino.
Quince días para volver a silencios eternos solo rotos por el crujir de las apergaminadas hojas de viejos libros cerrados desde hace demasiado tiempo. Libros que ven pasar el día a día en el silencio mortuorio de las secas flores de una tumba cualquiera.
Quince días, solo quince, para volver a allí de donde nunca quise irme y al que ahora, que el trabajo llama a mi puerta de nuevo, no deseo volver.