Estoy enfadado, mucho, muchísimo. Yo, que nunca sufrí el síndrome post-vacacional porque para eso había que volver a trabajar y eso, como el sufrir, nunca fue mi fuerte, siento que este año ando en un periodo pre síndrome post-vacacional. Dos meses sin rutina –que no sin hacer nada- como si de un profesor cualquiera se tratase me está causando daños irreparables. Entre ellos el no ser capaz de levantarme antes de las 10 de la mañana ¡hora intempestiva para este que les escribe! , o no ser capaz de recordar en el día que vivo –lo que ha conllevado que haya perdido en la inmensidad del calendario los dos últimos jueves-.
Y me enfada, porque debería disfrutar de los más de 15 días que aun me quedan de asueto, pero ando asustado con el retorno a la biblioteca. No tanto por el trabajo, que me gusta, todo hay que decirlo. Ni por los compañeros, con los que me llevo genial. Ni siquiera por la rutina, que me viene bien en este caos que suele acompañar mi vida. Ni tan siquiera porque se vaya el verano. No, nada de eso. Simplemente pienso en el poco tiempo que tendré si ahora que no tengo que trabajar ando sin tiempo alguno entre leyendas, cabrones y tesis.