Cristóbal parecía estar en todas partes. La noticia de la extraña enfermedad del joven rey se había extendido por todo el reino, pero el consejero del monarca había logrado situar a sus hombres en todas las cortes señoriales del reino. Eran muchos los que mostraban su preocupación por que el joven rey no lograse superar su mal. Pero Juan de Alburquerque, Doña María y Cristóbal mantenían una fe inquebrantable en el joven Pedro. Aún así, aquella noche, los tres se reunieron en una pequeña estancia del alcázar.
-Señores, hemos de ser claros, el rey puede morir y hemos de estar preparados- Doña María se asomó a la ventana para buscar aire fresco en aquella calurosa noche de agosto- Todo por lo que hemos luchado puede venirse abajo.
-Núñez de Lara se dice descendiente directo del rey Alfonso, el décimo de su nombre, y en Vizcaya ya se oyen voces a su favor.
-Así es Cristóbal- le cortó Juan- pero llegada ¡Dios no lo quiera! la muerte del rey, el candidato debiera ser don Fernando de Aragón, nieto de don Fernando IV y de un linaje que jamás renunció a la corona como hicieron los De la Cerda. Además, cuenta con el apoyo del rey de Aragón y nos evitaría entrar en guerra. Si logramos un acuerdo matrimonial con doña María todo estará solucionado.
-¿Qué ocurrirá con los bastardos de Leonor?- Doña María mostró su repulsión a la amante de su esposo- Pueden acabar siendo un lastre para el reinado de mi hijo. O de mi nuevo esposo.
-Se han encerrado en Algeciras- informó Cristóbal- los gemelos Enrique y Fabrique parecen haberse hecho fuertes en la plaza y algunos señores se han puesto de su lado. Acusan al rey de apoyar a los judíos y la llegada del rabino toledano no ayuda a nuestros intereses.
-¿Y Leonor?
-Sigue en su prisión sevillana, poco podrá hacer…
-Mi señor –un joven lacayo entró repentinamente en la estancia- su hijo me ha pedido que le haga entrega de un mensaje.
El de Alburquerque cogió el rollo sellado y lanzó un exabrupto y lanzó el pergamino sobre la mesa. Cristóbal y la reina madre se acercaron para leer el informe mientras el joven lacayo salía de la sala. Ninguno de los tres esperaba que aquello hubiera podido llegar a ocurrir. Enrique de Trastámara, aprovechando que durante la enfermedad del monarca se había mantenido una política de concordia, había abandonado Algeciras y llegado a Sevilla. Y su madre, Leonor había movido sus hilos para acercarse a que acudiera hasta su prisión. Y allí había consumado su matrimonio con la hija del infante don Juan Manuel aumentando su patrimonio y su fuerza pero, sobre todo, situándose en la línea sucesoria. Si el rey moría, el bastardo de Leonor y Alfonso XI, Enrique de Trastámara, sería el mejor colocado para hacerse con la corona. Y los reunidos sabían que, además, habían encontrado al mayor rival de Pedro I para mantener la corona. La guerra entre los dos hermanos llegaría tarde o temprano.