Era COU y uno de los exámenes más importantes del curso, el de Historia del Arte. Por aquel entonces aún disfrutaba con la asignatura, quizá porque nuestro profesor era bastante bueno. Pero los nervios habían cundido entre todos y sobre todo en mí. Por eso, sentado como estaba en mi lugar habitual sonreí al ver la diapositiva: una adoración. Y me puse a describir el cuadro: el ángel sobre el pesebre, los reyes magos, la Virgen y San José. Todo detallado, hablando del colorido y la vestimenta. Un examen de 10.
O eso creía, porque el día que dieron las notas del examen D. Juan José me llamó a capítulo:
-Señor Fornell -me dijo-, su examen me ha sorprendido. Ha sido único y hasta magnifico.
-¿Gracias?- pregunté extrañado por aquella repentina muestra de alabanza.
-Lastima que el cuadro no fuera el que usted decía.
-¿Cómo?
-A ver, Fornell ¿dónde ha visto usted a los Reyes Magos? ¿y el ángel?- preguntó poniendo la diapositiva de marras.
Fue en ese preciso instante cuando descubrí que allí no había nada de reyes magos, ni ángeles. En todo caso querubines y señoras y señores vestidos al uso de la época. Pero de adoración nada, pero nada. En todo caso demostré mi capacidad de ver más allá de lo visible. Pues aquel día, en aquel curso del ya lejano año de 1996 logré describir a la perfección una Adoración de los Reyes Magos desde la realidad del “Jardín del Amor” de Rubens.
Y es que, el ser miope y no saberlo provoca estragos.