Navarro lo miró, esperando no escuchar la respuesta que su mente le decía que escucharía. No quería más muertos. Cádiz era una ciudad tranquila y, pese a los desfases que se producían en carnaval, tampoco se daban muchos altercados. No al menos hasta ese año. Y con dos críos muertos ya tenía suficiente. Pero ahora aparecía la madre y en la mirada de Echevarría podía ver que algo malo estaba a punto de suceder.
-¿Está …?- preguntó levantándose para dirigirse a la puerta.
-No –el vasco no le dejó terminar su pregunta-. Está viva pero creo que deberías venir conmigo. Vamos a su casa y lo entenderás.
Saliendo por una puerta trasera de la comisaría para no ser descubiertos por los periodistas apostados en la Avenida, y se dirigieron a la casa. Navarro intentó que Echevarría le diera alguna pista de lo que se encontrarían, pero el forense siempre negaba con la cabeza y guardaba silencio. El inspector sabía que cuando el forense estaba así algo raro ocurría, pero que no quería que las ideas que le rondaban por la cabeza se fuesen y, mucho menos, que interfirieran en las primeras impresiones de su amigo.
Y la impresión no fue buena. No habían podido acceder a la vivienda hasta ese mismo día y, cuando lo hicieron, descubrieron una casa sucia, llena de desperdicios y totalmente abandonada. A los excrementos, algunos humanos, se unían preservativos usados y restos de comida. Navarro se cubrió el rostro y observó con detenimiento la vivienda. No comprendía como la chica podía haber vivido allí, al menos si hacían caso a lo dicho por su vecina de abajo. Había pensado que la madre era prostituta, pero aquel panorama le hacía cambiar su visión.
-¿Dónde está?
-Encerrada en la habitación del fondo, no quiere salir-dijo un joven policía uniformado.
-Señora-Echevarría intentó abrir la puerta- no vamos a hacerle nada. Por favor abra.
Navarro recorrió la casa. Pese a todo, algo de aquello no le cuadraba. Todo estaba organizadamente sucio, preparado. Eso es, pensó, todo está preparado. Nada se ha dejado al azar: ni la basura, ni los desperdicios. Quiere mostrarnos una realidad falsa.
-Echeva- le dijo- vámonos, aquí no hay nada y ella no nos va a decir quién ha matado a su hija. Y no porque esté loca, sino porque está totalmente asustada.
-¿Por qué dices eso?.
-Mira a tu alrededor, todo está sucio pero las paredes y el techo están recién pintadas. Alguien ha organizado este desorden, pero no ha sido ella. Tiene miedo, no hay duda. Por eso no ha dado señales de vida en este tiempo. Sabe quién ha matado a la niña, claro que lo sabe. Pero teme por su propia vida, y ante ese miedo poco podemos hacer más que protegerla. Vámonos. Pongamos vigilancia y dejemos que el asesino venga hasta nosotros. No es inteligente, simplemente ha tenido suerte, pero se le va a acabar.
Salieron de la casa, cerrando la puerta y dejando que los uniformados se fueran visiblemente. Dos hombres estaban sentados en un bar cercano, ambos mirando por la ventana observaban la puerta principal y la ventana de la segunda planta dónde una mujer desesperada lloraba desconsolada. Uno de ellos era alto, con el pelo canoso y excesivamente delgado. El segundo era casi tan alto como el primero, calvo y musculoso. Ambos de mediana edad. Los dos hombres cruzaron su mirada una sola vez en toda la tarde. Siguieron bebiendo y vigilando la entrada. Pasadas cuatro horas entró un joven de pelo corto, se sentó en la barra y pidió un café, el hombre musculoso llegó a su lado, pago y se fue. El delgado siguió mirando por la ventana.