A veces pienso que el mundo está loco. O que los que lo habitan lo están, ya no sabría decir. Son muchos los que buscan destacar, pisoteando, apuñalando y escalando sobre el cuerpo de aquellos que ocupan el lugar que desean. Y a mi me sorprende, quizá porque nunca me haya gustado salir en la foto; quizá porque prefiero un trabajo silencioso que los flashes de las cámaras; quizá, simplemente, porque aunque en mi locura egocéntrica haya llegado a creerme dios, sé que no soy más que uno más. Ni más ni menos que los demás, y que si algo tengo o algo he alcanzado, ha sido con trabajo, esfuerzo, honradez y -aun siendo paradójico- humildad. Y, por supuesto, algo de suerte en una vida que ha colocado a mi alrededor a las personas adecuadas justo en los momentos necesarios.
Por eso, ahora, me sorprendo. Más aún cuando no tengo cargo alguno, ni nada de lo que se pueda sacar provecho, y aún así veo en adultos reacciones que ya viví en otros menos maduros. Y me preguntó que narices tendrá el poder para convertir en hienas a los hombres.