Dicen que no hay trabajo más aburrido que trabajar en una biblioteca, pero eso lo dicen quienes no trabajan en una y mucho menos en la mía. Cierto es que como lugar destinado a investigadores no son muchos los usuarios que dan uso de nuestras instalaciones y que eso podría llevar al aburrimiento. Pero, cuando eso ocurre, el surrealismo cobra protagonismo.
Tanto que ayer mismo mi percepción de la realidad sufrió un traumático encontronazo con la locura. Estaba yo tranquilo, atendiendo a dos jóvenes padawan, cuando la puerta se abrió y se adentró en el recinto una joven y educada pareja. Presto acudí a atenderlo, pues es parte de mi labor el atender a quiénes acuden a mí.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes- respondieron ellos ante la incrédula mirada de los dos copistas. Y así iniciamos una tranquila y apacible conversación hasta que ambos dos dejaron la Biblioteca para ocuparse de otros menesteres.
Fue en ese momento cuando la locura alcanzó su cenit y el apuesto militar que acompaña mis tardes solitarias desde su fantasmagórica existencia me advirtió de lo acontecido, hecho este que no había llegado a observar como extraño: la joven pareja vestía a los usos del XIX, levita, sombrero de copa y bastón incluido. Y yo, acostumbrado a las excentricidades que caracterizan a mis visitantes, pasé por alto la vestimenta.
Hoy, un día después, me rio al comprobar que mi locura solo fue a medias, pues la joven pareja de la que me advirtió mi amigo y muerto militar era real, no así los dos jóvenes copistas que desaparecieron como alma llamada por el diablo.