Este año he decidido que hoy, día previo la día de Reyes, no voy a escribir sobre los Magos de Oriente. Y es que, por alguna razón que no llego a comprender del todo, es precisamente este día en el que mis escritos se vuelven más melancólicos. Tal vez la razón sea que este día marca el fin de la inocencia, de la niñez. Cuando el niño deja de creer en los Reyes, cuando pierde la creencia en la magia, cuando la ilusión se deshace con la realidad, ese momento se marca con el día de Reyes. En los rostros infantiles ves aún curiosidad, asombro, ilusión ante la presencia de sus majestades. En los ojos de aquellos que ya han perdido el toque mágico, ves indiferencia.
Yo sigo creyendo en la magia, en lo que no puede ni debe ser entendido, en dragones y hadas buenas, en malvadas brujas y enanitos de cuentos. Creo en la fantasía y en la leyenda. Aún sabiendo que no son reales. Aún sabiendo que no soy un niño. Aún habiendo perdido la inocencia me aferró a esas creencias para seguir pensando que las personas son buenas, inocentes como un niño ante los pajes reales que vigilan sus actos año a año.
Por eso, ahora que la infancia se pierde cada vez antes, no quiero escribir en Reyes, pues la melancolía por lo perdido acaba superando a la alegría por lo que vendrá
Hay que tener fe… Hay que conservar la inocencia.
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