Pero el rey sabio deseaba con ansias convertir Cádiz en ese puente bidireccional que uniese tierras y culturas como se habían unido bajo su reinado. Y obsesionado por la defensa de la ciudad ordenó que su cuerpo fuese enterrado en la ciudad, en la Iglesia Catedral de Santa Cruz, erigida como capital de la Diócesis de Cádiz y cuyos ficticios limites se extendían hasta la aún musulmana Marbella. Creía el rey que así la ciudad sería defendida por los castellanos en caso de cualquier ataque. Y cuentan las leyendas que, en su afán de ser enterrado en la ya villa de Cádiz, ordenó la construcción de una cripta, supuestamente bajo la Torre del Sagrario, donde ser enterrado.
Sin embargo, a la muerte del monarca, sus deseos tornaron en beneficio de otras ciudades: su cuerpo se encuentra enterrado en la vecina Sevilla. No así su corazón que hoy puede ser venerado en Murcia. Y en Cádiz, sólo queda el recuerdo de las leyendas del rey que convirtió la vieja Gades romana en el Cádiz américano.
