
-¿esto es nuevo?- le dije entre risas.
Y lo era. El Hetero estaba como un niño con zapatos nuevos. Y, a cada rato, chasqueaba los dedos. En la barra, llamando al camarero para que le diera una nueva cerveza. En el centro del pub, mientras bailaba contoneándose al son de la música y las carcajadas generales. Cada vez que se acercaba, con su sonrisa perfecta y su aire de suficiencia a cualquiera de las muchas chicas que poblaban el local. Y nosotros le seguíamos con la mirada, hasta que sus ojos vidriosos nos indicaron que poco más se podía seguir.
En aquel tiempo el Hetero había perdido parte de su chispa y aquella noche volvimos a comprobarlo. Sobre todo cuando se acerco a una chica rubia, de grandes pechos que bailaba sobre un pequeño escenario.
-Anda, vamos -me dijo María sacándome a rastras del bar mientras yo observaba al Hetero- no quiero ver la reacción de la go-go.
-¡Pero yo sí!-supliqué mientras el Hetero chasqueaba sus dedos ante la guapa bailarina, sin llegar a saber lo ocurrido hasta el día siguiente.
Habíamos quedado en las “recreativas de Sacramento” pero el Hetero no terminaba de llegar y ninguno sabíamos que había sido de él. Le esperamos jugando al Street fighter hasta que por fin apareció. Manolo le dejó su sitio en la maquina, cansado de jugar y después de haberse gastado los 20 duros que le había quitado a su madre. Pero el Hetero negó con la cabeza.
-No puedo -dijo- me duelen los dedos….
Y nos lo enseñó. Tenía los dedos en carne viva. “De tocar los palillos” nos dijo… «y de la bestia de la chica.. que me tiró la ginebra justo después de que me quemase con el cigarrillo que me dio, justo antes de pegarme un guantazo, …»
-Por pesado… -dijo María riendo entre dientes