Recuerdo el primer día, nuestra primera vez.
-Tío, porque no nos bebemos la petaca de tu padre.
-Porque es de mi padre.
-Vale, pero él no viene.
-Es verdad.
Y nos la bebimos, entera. Pero justo en ese momento, David cayó en la cuenta:
-Mi padre viene con unos amigos el martes.
-¡Mierda! y ahora que hacemos- todos sabíamos que el padre cogería la petaquita
-Podemos rellenarla- dijo alguien.
Dicho y hecho, al día siguiente rellenamos la petaca con DYC comprado en los Pinos, claro. Convencidos de que el padre no notaría la diferencia. Y así, la semana siguiente, nos mostramos contentos de que el padre hubiera rellenado la petaca con tan exquisito liquido, que no aprendimos a apreciar hasta mucho tiempo después. Hasta que, un día, alguien preguntó:
-Tío, tu padre ¿sigue viniendo todas las semanas?
-No
-Pues estamos bebiendo DYC.
Cinco años tardamos en darnos cuenta. Paladar poco fino el nuestro y es que no está hecha la miel para la boca del asno. O en este caso, no está el Chivas para la boca del borracho.
Aunque, en nuestro, favor, he de decir que aprendimos a saborear el DYC como el mejor de los whiskys.

Jejeje… muy bueno. Me gusta (el relato, no el DYC)
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¿no te gusta el DYC?, hombre no es un Glenfiddich, pero tampoco el King Charly, jajajaja…. A mi tampoco, únicamente me gusta el whisky bueno, soy sibarita en eso.
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