Apoyos y miradas

Últimamente ando mirando al suelo demasiado, abstraído de lo que ocurre a mi alrededor, sólo fijando mis ojos en aquellas cosas que me traen una sonrisa a los labios. No sé, tal vez el mundo a mi alrededor se desmorone lentamente y prefiera sonreír a la vida antes que volver al oscuro pozo en el que estaba sumido hasta que una extraña y joven luz me gritó desde la nada, tendiéndome un puente hacia la vida que ni ella ni nadie parece querer comprender. Ni pueden hacerlo. Por eso, trato de fijarme en los pequeños detalles que hacen que merezca la pena vivir una vida, la que sea.

Y ayer, mientras volvía a casa caminando, como siempre por el Campo del Sur, para seguir por detrás de la Cárcel Real y Santa María, me fijé en ellos. Caminaban hacía mi. Supongo que como otros muchos, pero sólo ellos se hicieron visibles. Él llevaba una camiseta blanca con un dibujo ya borrado por el tiempo, una gorra raída, bañador azul y tenis blancos. Ella llevaba otra gorra, un viejo traje verde con pequeñas flores rojas y unas zapatillas azules. Él caminaba unos metros por delante y cada pocos pasos se paraba para observarla. Ella caminaba lentamente, apoyándose con su cansada mano en la pared del baluarte. Él empujaba un pequeño carrito cargado de sillas de plástico. Ella llevaba una sombrilla que parecía pesar demasiado para su cansado cuerpo y sus hinchadas piernas. Él se detuvo, dejó el carrito cargado de sillas de playa y se acercó hasta ella. No sé que le dijo. Acarició su canoso cabello antes de besarle tiernamente en la mejilla. Le quitó la sombrilla y se la colgó al hombro, mientras le tendía su brazo para que ella se agarrase a él y juntos seguir el camino hasta la casa.

No pude dejar de pensar en los años que llevarían realizando aquel mismo camino juntos y en cuantas veces podrían volver a recorrerlo. Pero, sobre todo, no pude dejar de pensar en aquellos que hablan de un amor perecedero. Porque allí, aquellos dos longevos bañistas, daban muestras del verdadero amor, del que supera la atracción física y el enamoramiento. El que permite que dos personas puedan pasar juntas toda su vida, y seguir amándose. Porque sus miradas lo decían todo. Ella necesitaba la ayuda de él. Él la necesitaba a ella.

Y sonreí, pensando que, tal vez, algún día yo también vuelva mis cansinos pasos para convertirme en bastón.

Publicado por Javi Fornell

Historiador y novelista. Amante de las letras y de los libros. Guía turístico en la provincia de Cádiz y editor en Kaizen Editores

6 comentarios sobre “Apoyos y miradas

  1. qué bueno sería entoncesque te acercaras levitandobreve y frágil sobre las baldosas;con una mano,acariciases la parte de mi cabezaque da la espalda al ordenador,y me brindases un “te amo”transparente.entonces yo,giraría con torpeza mi cuerpo ajado;miraría tus ojerasde gata jubilada,de madre, de esposa;tus arrugas…pensaría en la vejez maliciosaque nos ha capturado sin prisaspero sin pausas;pensaría, en cuanto he de venerartus imperfecciones, que te acercan a mí,para hacerte más humana.entonces,besaría tu boca, tal vez, desdentada;me separaría unos segundos,para decirte:estás más hermosa que nuncavida mía.y te volvería a besar.

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  2. Pues si, Ico, para mí la necesidad del \»otro\» es amor. El más puro de todos. El \»no solo te quiero a mi lado. Tte necesito porque sino no sería capaz de vivir\» El convertir a la otra persona en lo fundamental de la tuya.

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  3. Yo tengo una costumbre desde siempre que es establecer paralelismos entre los pasos diarios y la vida en general, en este caso pienso cuántas veces habrá vuelto él la mirada a su compañera en la vida para ver en su mirada la conformidad, la complicidad, el apoyo y recibir el impulso de seguir adelante en sus decisiones, siempre teniéndola por referente, sin dudar en dejarlo todo para tenerla a su lado y cuántas veces en todos esos años ella le ha seguido siempre por cansada que estuviese porque donde él está es donde ella quiere y necesita estar, ya sea camino del mar ó camino de la eternidad.

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