Rafa el Grano, arqueoalgo

Rafael Basilio Rodríguez de Haro y Ezpiligüeta era el nombre que le habían puesto sus padres, a la sazón marqueses de un señorío vasco cuyo nombre estaba tan olvidado como perdida su fortuna; pero sus amigos le llamaban Rafaelgrano, debido a una pubertad no demasiado agraciada. Había nacido en su casa, como todos los hijos varones primogénitos de la familia, y como cada uno de ellos antes que él, el Rafael Basilio le vino impuesto. Como también le había venido impuesto el estigma de estudiar leyes, algo que le apasionaba tanto como la migración de la mosca peregrina, si es que esta existía.

Había nacido en la vieja ciudad de Cádiz, y habitaba un pequeño palacete decrepito que, como su calle, también había vivido tiempos mejores. El servicio hacía tiempo que había quedado reducido a la Juani, una cocinera sevillana, bajita y rechoncha, solterona perpetúa, que había cambiado a su hijo bastardo, fallecido a los pocos años de nacer, por los hijos de los marqueses del señorío perdido. Ella vivía sola en la tercera planta, en un pequeño apartamento que ocupaba las antiguas cocinas. El resto de estancias «cerras a cal y canto desde que murió su abuelo de uste’, que bueno que era don Rafael Basilio, Rafaelito mío».

La segunda planta, la que antes fuera la residencia de la familia, también estaba medio vacía. Aunque no del todo. Rafaelito Basilio, Rafa el grano, había descubierto cómo darle uso sabiendo que su madre, doña Carmen de Ezpiligüeta y Basurto, no había vuelto a pisar la casa desde la muerte de su padre Rafael Basilio Rodríguez de Haro y Fitzcheral, también a la sazón, primero tercero por parte de su abuela materna de la mismísima reina de Inglaterra, con la que había departido una vez en el entierro de un familiar lejano. Desde entonces, la segunda planta, llena de muebles antiguos cubiertos de sábanas en otro tiempo blancas; y de polvo cubriendo suelos y paredes, se había convertido en su refugio. Era allí dónde Rafa el grano sacaba su verdadera vocación: Indiana Jones y La Momia le habían llevado a leer en secreto todos los libros de Historia que habían caído en sus manos. Desde Pío Moa hasta César Vidal se había bebido cada letra de los más grandes. Y allí, en la segunda planta de un palacete decrepito, con la momia viviendo en la primera planta y la cocinera rechoncha en la tercera, Rafa el grano (al que la cocinera sevillana y vieja llamaba Rafaelito mío y su madre Rafael Basilio Junior), había situado su despacho y su gabinete.

Escondido en la vieja biblioteca había retirado las sábanas, había limpiado el escritorio de su padre y había instalado un ordenador tan arcaico como las normas de su familia. Y también había conseguido que le dieran el alta en el internet sin que su madre, que aun controlaba la economía familiar a sus 85 bien llevados (había sido madre de Rafaelito a la tierna edad de 45 años), se diera cuenta y le sermonease sobre los peligros de ese invento del demonio para adoctrinar a los jóvenes con ideas de libertad e igualdad, «Rafael Basilio Junior en esas ventanitas solo hay comunistas y mujeres desnudas».

Aquel era su templo, el único sitio en el que se sentía ser él. Por eso, aquella tarde, miró sus tesoros antes de encender el ordenador para entrar a Foro Coches y teclear su nick: arqueoalgo. Cuando estuvo dentro, estiró los brazos, se crujió los dedos, abrió un nuevo tema y escribió el título: «El descubrimiento más importante de la historia se ha hecho en Cádiz en este mes ¿Te vienes a la Atlántida?» y sonrió antes de comenzar a narrar sus aventuras de la semana anterior.

Publicado por Javi Fornell

Historiador y novelista. Amante de las letras y de los libros. Guía turístico en la provincia de Cádiz y editor en Kaizen Editores

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