No siempre escribimos tanto como nos gustaría. Ni de lo que nos gustaría. En ocasiones, la vida se convierte en un torbellino que nos arrastra de un lugar a otro, de un aeropuerto a una estación; de un avión a un bus, corriendo sin poder parar ya que la vida es eso que transcurre entre las horas de trabajo. Reconozco que antes, hace unos años, mi trabajo no me pesaba (y no me pesa mientras trabajo), pero en los últimos tiempos echo de menos llegar a casa y sentarme con mi pareja tranquilos; echo de menos poder ir a ver a mi madre o estar con los amigos.
Quizá antes la vida era solo el trabajo. Un trabajo que adoro pero que, en ocasiones, esconde momentos agrios. O, quizá, ahora mi vida se haya llenado de otras «cosas» que me hacen sentirme un eterno viajero. Un caminante con mochila que corretea España con el objeto de trasladar a los turistas de un lugar a otro. Un bufón que sabe de Historia y que trata de devolver con sonrisas las faltas de educación, el poco saber estar de algunos que no valoran la suerte que tienen.
Este año he vuelto a decir eso de «no soy su lacayo» cuando alguien me ha soltado un «te pago para que muevas mis maletas». No, no señor, el guía no está para mover sus maletas; el guía está para ayudarle a que no se pierda, para organizar y controlar grupos diversos, para mostrarle la realidad y la belleza de los lugares que recorre pero no para cargarle sus maletas (servicio que, por cierto, no existe; es más, nuestras órdenes son no tocarlas).
Por suerte, también damos con muy buena gente, buenas personas que hacen que pese al «borde» siga mereciendo la pena trabajar. O, quizá, simplemente, echo de menos estar con mi pareja, acompañarla en esos talleres espectaculares que hace y poder ser su apoyo como ella lo es conmigo. Quizá lo que me ocurre es que necesito estar junto a esa persona que me devolvió la sonrisa después de la peor etapa de mi vida; la que es mi apoyo, mi pilar y mi faro; la que me da fuerzas para seguir luchando.
Quizá, por eso, cuando mis dedos teclean estas letras desde el aeropuerto de Santiago, enfadado y hastiado de ciertas personas al iniciarlo, terminan volviendo a ella. A la esperanza de que, dentro solo de unas horas, volveré a molestarla en el sofá de casa; a buscarle las cosquillas con cualquier tontería; volveré a escucharla contarme cómo han ido las clases, hablándome tanto de sus alumnos que ya parecen los míos. Y me contará como fue el taller, y yo me mantendré frío, esperando que no note lo orgulloso que estoy de ella.
Quizá todo se reduzca a que necesito estar más con la persona más especial que la vida me ha traído.
ole! mi veci
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