Traté de gritar, sin conseguirlo pues la manaza del moro tapaba mi boca. En la penumbra, logré vislumbrar el jardín en el que me encontraba. El agua corría por un canal, hasta un gran estanque central y los faroles estaban encendidos iluminando el porche que daba acceso a la casa, de una sola planta y adobe, como muchas de la medina nueva. De pie, frente a la puerta, estaba Joao. Vestía una túnica de seda, que brillaba dorada por la luz de las velas; en su cintura, la vaina de una espada era la única decoración que destacaba, pero se encontraba vacía.
—Creo que deseabais verme —dijo con tranquilidad—. Acercaos, Fernán.
Aunque no hubiera querido, no podría haberme negado, pues el gigantón me empujó hasta él. Me detuvo a un par de pasos del gobernador. Sus ropajes se hacían extraños pues el portugués calzaba botas y calzas; pero sobre ellos llevaba chilaba de seda y capa oscura. No hacía frío para ello, por lo que deduje que la espada que no estaba en la vaina debía haber sido sustituida por una daga al cinto. El gobernador trataba de mostrarse pacifico y tranquilo.
—Decidme, ¿Qué es eso que debéis contarme solo a mí?
—Hay oídos que escuchan —repuse.
—Ese —señaló con la cabeza a mi captor— no puede articular palabra.
—¿Estáis seguro?
—Su lengua está guardada en un cofre de mi alcoba —El hombretón se movió incómodo a mi espalda—, así que hablad.
—La reina Isabel y el rey Juan —dije refiriéndome al monarca portugués— desean establecer base aquí para las rutas caravaneras hasta Gao. Desde aquí, evitamos el desierto y desde el Uadane, todo será más sencillo para los monarcas.
—¿Yo qué gano en esto?
—Vuestra cabeza —respondí tan rápido que pude notar como Joao se sobresaltaba—. El rey Juan está dispuesto a tomar el control total de la ciudad y eliminar a aquellos que fueron dispuestos con su padre. Así que vuestro destino llegará pronto: O me ayuda a llegar a Uadane y establecéis ruta segura o vuestro gobierno en la ciudad habrá llegado a su fin.
—Y si…
—Y si te estás planteando acabar con mi vida, debéis saber que la reina Isabel está informada de cada uno de mis movimientos gracias a Abdul —mentí.
—Diego me ha informado de que le tenías miedo al moro; así que no creo que esas vuestras palabras.
—Eso fue antes de la traición de Diego, ahora sus hombres están a mi servicio y estoy seguro de que sabéis que en esta ciudad es él quien realmente manda.
Joao comenzó a reír, se giró y se adentró en la vivienda. El gigantón me empujó al interior, y seguí los pasos del portugués por el pasillo iluminado, hasta llegar a una estancia ricamente decorada. Observé las celosías de madera que dividían las salas, tras ellas se escuchaba el murmullo de las mujeres charlando. Hizo un ademán de cabeza y el gigantón se fue.
—¿Cuándo deseáis partir? —dijo Joao sin preámbulos.
—A la mañana.
—Eso es imposible, los animales no estarán listos y necesitaré varios días para abasteceros de lo necesario para el trayecto hasta Inal y el camino es duro, seco y pesado. Vos sois hombre de mar, ¿cómo viviréis en las arenas?
Sonreí. Joao había aceptado rápido ante el miedo a perder su puerto. Y si creía que tendría miedo de cruzar los mares de arena es que no conocía a los marinos gaditanos.
—Él vendrá conmigo —dije refiriéndome al gigante—. Necesito alguien silencioso a mi lado. Y además de los caballos.
—Camellos —corrigió Joao—, los caballos no soportarán el viaje.
—Además de los camellos —continué—, necesitaré dos carromatos…
Joao lanzó una carcajada y se levantó.
—Dormir, mañana partiréis al desierto. Que Dios os guarde, Fernán; pero más os vale revelar a algún amigo el verdadero destino de vuestra empresa. La reina os ha mandado solo, pero vuestra reina como don Juan, desconocen los peligros a los que os enfrentáis. Vuestro enemigo no seréis más que vos; vuestros ojos os mentirán a cada paso; las sombras serán vuestras aliadas y rezarás por llevar agua al gaznate. Escuchad a vuestros guías, hacedle caso hasta cuando creáis que están locos. Cubríos durante el día y abrigaos en la noche. Y confesad antes de partir.
—Buscan hombres, Joao. Los reyes me mandan por hombres
Joao se detuvo en seco.
—¿En Gao? ¿Buscan guerreros?
—No, Joao, buscan hombres y mujeres. La guerra termina, Granada cada vez tiene menos poder y son muchas las tierras por repoblar.
—¿Esclavos?
—Sí —mentí nuevamente, pues nadie debía saber la verdadera razón que me llevaba a Gao—. La guerra nos proporcionaba lo que necesitábamos, también las correrías por Berbería pero cada vez aportan menos manos para trabajar. Por eso, doña Isabel y don Juan desean abrir una ruta desde Arguim, atravesando el desierto pero evitando Fez. Y eso será muy lucrativo para ti y los tuyos, y, espero, también sería bueno para mí.
Mentía a medias en esto último, pues lo que deseaba era que el ansias de riqueza de Joao me sirviera de salvoconducto para realizar mi verdadero cometido en nombre de la reina Isabel y para mayor grandeza de Nuestro Señor.
—Os lo dije —la voz de Abdul resonó en la estancia, me sorprendí al escucharlo aunque, en el fondo, comenzaba a sospechar que todo era una argucia contra mí, pues había sido demasiado extraña la forma en la que Diego me había logrado alejar de los hombres de Abdul—: el miedo le haría hablar. Estaba claro que los reyes a los que sirve buscaban algo más que el ámbar y el oro de Gao. Lo que no esperaba que fueran esclavos lo que buscasen, menos tal lejos ¿qué necesidad tienen los reyes de buscarlos al otro lado del mar de arena pudiendo conseguirlos aquí?
—Eso se me escapa, Abdul. Yo solo soy un siervo de la reina y cumplo sus designios. Sé que hace años, en tiempos del rey Alfonso, al que llamaron el sabio, una embajada llegó desde el lejano oriente y entregaron en regalo al rey, además de un elefante y un cocodrilo, a dos gigantes sin pene, negros como la noche más oscura; altos como los árboles más viejos del bosque y delgados como juncos. Los hombres, según cuentan los viejos en la ciudad de Sevilla, mostraban respeto solo con su presencia pero además eran duchos en la orfebrería, no se cansaban en el trabajo y eran los más serviles y leales siervos de don Alfonso. Tal vez la reina Isabel desee saber qué hay de verdad en esas historias.
No había terminado mi perorata cuando entró Diego con una amplia sonrisa mientras dos hombres postaban el arcón que había dejado en la habitación. Traté de mostrarme preocupado mientras lo abrían y rebuscaban en su interior, entre mi ropa y posesiones. Nada encontraron, ni nada encontrarían; salvo algunas letras de cambio y varias misivas que aseguraban mi estancia y prometían pago por los servicios.
—Eso no son más que cuentos para niños —concluyó Joao mientras observaba como rebuscaban entre mis cosas—. No hay necesidad de ir tan lejos, pero no me opondré a los deseos de Isabel, pues si la ruta pasa por nuestra isla creceremos en riqueza y prosperidad. Nos llegan noticias de que Elmina1 crece y que está rodeada de vergeles y selvas. Si eso es así —Joao se refería a las nuevas tierras portuguesas, en Tierra del Oro, mucho más al sur—, nuestra ciudad está destinada a desaparecer.
Escuché con atención como los tres hombres hablaban de los pueblos que nos rodeaban. Yo conocía la existencia del reino de Fez, pero ellos se referían a lugares desconocidos como Mali, Wagadu o, mi destino, Gao en el imperio de Shonghai, con el mismo conocimiento que yo tenía de Castilla, Portugal y Granada.
—¿Partiremos mañana? —pregunté al fin—. Diego, ¿vendrás conmigo? —pese a todo, era al único de los presentes que una vez consideré amigo—. ¿Cuántos de vosotros cruzaréis el desierto a mi lado? ¿Seré rehén hasta mi regreso? ¿Podrán mis hombres acompañarme?
—Sí, Fernán. Iré con vos y los vuestros —me confirmó Diego—. Y solo seréis rehén de vuestras palabras; sé que ahora no me consideráis aliado ni amigo, pero… —No terminó sus palabras, Joao se levantó, asiendo de la mano a Abdul en señal de fraternal amistad y salió de la estancia— …mañana, lejos de aquí, os contaré. Ahora, descansad, mañana el mar será de arena.
A la mañana siguiente, Diego, el gigante mudo y mis hombres partimos en corto trayecto hasta las costas.
- Elmina o San Jorge de la Mina fundado en 1482 por Juan II de Portugal con el objetivo de alcanzar las rutas del oro desde el Golfo de Guinea. Actualmente cuenta con una población de unas 20.000 personas y se circunscribe a Ghana. ↩︎