Capítulo IV. El bar

“Maldita seas, niña. No eres más que eso, una simple niña. ¡Joder! No debes tener más de 17 años. Me engañaste en el hotel con esas orejitas y esos andares. ¿cómo podía saber que era la hija de Magnus? ¡Coño! Me tiene cogido por los huevos, la muy puta”

El apartamento olía mal. Abrió la puerta de la nevera con la esperanza de encontrar allí dentro el origen del desagradable perfume que corrompía el ambiente.

“Huele a muerto”, pensó, “así debo de oler yo, a muerte”.

Cogió una cerveza y se sentó en el mugriento sofá. Podría vivir en cualquier otro lugar, tenía dinero suficiente para ello, pero, a pesar de todo, aquel sitió le gustaba. Tal vez, de haber seguido en su casa cuando mató a su padre, este lugar le parecería el infierno.  Sin embargo, tras haber recorrido los peores tugurios del viejo continente, aquel lugar se había convertido en su hogar y ahora no lograba desprenderse de él. Encendió la televisión, esperando a que llegase un nuevo día y temiendo, por primera vez en su vida, el trabajo que le quedaba por delante.

Se descubrió soñando con Ariel y se maldijo así mismo por anhelar recorrer su piel. Dejó la cerveza sobre la mesa, cogió la chaqueta y salió a la calle. Le gustaba caminar de noche. Sin rumbo fijo; sin un objetivo en la mente que le hiciera mantenerse alerta. Sin apenas darse cuenta de qué camino había recorrido, llegó hasta un bar: la música se escuchaba desde la calle. Entró y caminó despacio hasta la barra esperando poder olvidarse de la hija de Magnus. Pidió un whisky, sin querer fijarse en la rubia que se sentaba a su lado. La escuchó murmurar y repetir el mismo murmullo, conteniendo una respuesta inaudible.

—¿Me dices algo?

—No lo hacía

—Perdón

—No tienes que pedir perdón. Simplemente, en ese momento no te decía nada.

—Eso quiere decir que ahora sí me estás diciendo algo —La chica mostró una perfecta y blanca sonrisa.

Miguel se giró por primera vez hacia ella, la atrajo hacia sí abrazándola por la cintura. Ella no se resistió. Le besó. Ella le devolvió el beso. Bebieron y se besaron en la barra, hasta que ella se levantó. Él la siguió; primero, con la mirada mientras se contoneaba hasta la puerta; y, después, con una simple mirada de ella, la siguió hasta la calle. La tomó del brazo y juntos, como una pareja, caminaron por la noche mientras ella guiaba los pasos de ambos. Las calles se estrecharon sin que Miguel se diese cuenta. Necesitó golpearse contra un banco para comprobar los estragos que el alcohol había provocado en él. “Imposible, no he bebido tanto” Las alarmas se encendieron en su interior como si de pronto entendiese lo que estaba a punto de ocurrir. La mujer se apartó de él y su lugar fue ocupado por un hombre de unos 40 años.

—¿Sabes quién soy?

—No

—Deberías saberlo.

—¿Sí?

—No juegues conmigo, Urphir. Sabes perfectamente hasta dónde puedo llegar.

—A matarme y con eso ya cuento desde el mismo día que cumplí mi primer trabajo. Solo hay dos posibilidades en este mundo: matar o ser matado. Algún día llegará alguien para acabar conmigo. Pero, siendo sinceros, no creo que seas tú.

Miguel se apoyó contra la pared. Sabía perfectamente que aquel individuo era el principal rival de Magnus. Nunca se había preocupado por su nombre, nunca creyó que fuera a tener que usarlo. Pero ahora estaban frene a frente y el otro le había llamado por su nombre de guerra. Eso solo significaba que estaba dispuesto a pagar por sus servicios.

—¿A quién quieres que mate?

—A Ariel.

Publicado por Javi Fornell

Historiador y novelista. Amante de las letras y de los libros. Guía turístico en la provincia de Cádiz y editor en Kaizen Editores

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