Capítulo 3: Ariel

Anduvo hasta la casa de Magnus. Su jefe había sido tajante pese a las cordiales preguntas. Lo quería allí, pero no le había dicho por qué. Atravesó las rejas de la mansión victoriana mientras los guardias le saludaban con un simple gesto de cabeza. No recordaba haberles dirigido la palabra jamás: ellos le tenían demasiado miedo para hacerlo y él, simplemente, los consideraba inferiores. Entró en la casa sin llamar, como siempre, y se dirigió al despacho de Magnus. No pudo dejar de observar como la sala grande estaba abierta y montones de ropa se repartían por el suelo. Sonrió, pensando que tal vez la joven Ariel hubiera vuelto de su viaje por Estados Unidos. Recordaba a la niña, ¿cómo no hacerlo? La había visto crecer en aquella casa hasta que Magnus decidió que la ciudad ya no era un buen lugar para ella. Habían pasado 9 años desde entonces, ahora la chica debía rondar los 16.

—¿Qué quieres de mí?

—Que cuides de Ariel. No quiere que nadie más la proteja y no pienso dejarla andar sola por estas calles.

—No soy un canguro. Contrata a otro para ese trabajo.

—Solo puede ser tú.

—No.

—No tienes opción.

—Siempre la hay.

—La otra opción es morir.

—¿Ves cómo siempre hay otra opción?

En ese momento, Ariel entró en la habitación con aire despreocupado. Miguel la miró asombrado. Le costó reconocerla vestida y sin las orejas de conejita. Pero no había duda. Era ella y ya no era tan niña como la recordaba.

La chica se contoneó por la habitación, con aire angelical e infantil caminó hasta sentarse en el regazo de su padre.

—¿Este es el hombre que me va a proteger?

—Por supuesto, hijita.

—¿Pero parece que él no quiere? ¿Por qué no quieres, Miguel?

—No soy la niñera de nadie —Miguel miró a la chica por primera vez a los ojos. Se mordió el labio inferior, conteniéndose antes de seguir—. Soy un profesional

—¡Oh!… papá, quiero que sea él, quiero que sea él.

—Ya has oído a la niña, Miguel.

Ariel se acercó hasta su él. La mirada traviesa le erizó el pelo de la nuca. “Maldita seas, niña. Serás mi ruina. Me he metido entre tus piernas y ahora tú te vas a meter en mi vida hasta destrozarla”

—Dime, Miguel —arrastraba las palabras y la ironía se marcaba en cada una de ellas—, ¿qué otra cosa más hermosa que mi espalda podrás guardar? Mira, mira que cuello más bonito tengo: papá siempre dice que parece el de un cisne. ¿Tú qué crees?

Se obligó a retirar la mirada y dirigirla hasta Magnus. Asintió con la cabeza, antes de darse la vuelta

—Necesito ducharme y cambiarme de ropa… estaré aquí a la mañana.

No había llegado a la puerta cuando Ariel le agarró del brazo con una amplia sonrisa en los labios. “Está buena, la maldita niña es espectacular. Parecía una mujer adulta, yo no sabía que era solo una cría”, los pensamientos se agolpaban en su mente mientras trataba de salir de allí.

Los ojos de Miguel recorrieron un cuerpo que ya conocía. Sabía que si Magnus se enteraba de algo lo mataría.

—¿Por qué? —le dijo cuando estuvieron a solas en el pasillo, lejos de oídos indiscretos.

—¿El qué?

—Ya lo sabes: Yo. El hotel. La conejita.

—Me aburro.

—Y eso te da derecho a destrozar mi vida.

—¡Oh! Yo no… no, de verdad, no es eso lo que quiero.

—¿Y qué crees que ocurrirá si tu padre descubre lo de esta noche?

—Te mataría y luego me mataría a mí… por eso necesito que vigiles mi espalda. ¿O acaso no quieres volver a verla?

Se puso delante de él, retirando el pelo verde que el caía en cascada sobre la espalda, mientras desabrochaba el botón superior de su camisa. Miguel la empujó suavemente contra la pared y continuó su camino hacia la puerta.

—Hasta mañana, Miguel

—Hasta mañana, conejita— susurró el joven desde el umbral de la puerta. Antes de adentrarse en la noche camino de su pequeño apartamento.

Publicado por Javi Fornell

Historiador y novelista. Amante de las letras y de los libros. Guía turístico en la provincia de Cádiz y editor en Kaizen Editores

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