Pero, como les digo, veníamos de regreso de una noche de juerga y yo, sentado en la parte de atrás, justo tras el conductor, me había quedado dormido. Un badén se encargó de despertarme. O tal vez el ruido de un golpe en el cristal. Miré a la ventana, intentando adivinar que nos había golpeado y allí estaba Marcos, sonriendo y saludando. No me asusté, que el conductor del coche que te lleva esté corriendo junto al coche en el que vas no debe causar miedo. Sobre todo porque otro podría conducir: el copiloto. Pero un grito a mi derecha me sacó de dudas: Es imposible que el copiloto conduzca si corre parejo al coche en el que vas. Menos aún si, junto al piloto, están montándose en el maletero. En ese preciso instante, les aseguro, no sienten miedo a morir. Será porque se tiene miedo de aquello que es incierto y, con el conductor saludándote por la luna trasera mientras el coche continúa a buena velocidad, no hay duda: vas a morir.
No ocurrió. Sigo vivo.