-Tirar, tirar… vamos para clase.
Nos miramos todos, mientras entrábamos en nuestras clases interrogándonos con la mirada sobre lo que escondería en los bolsillos. Tardamos poco en descubrirlo. Exactamente el tiempo que Padilla, el director, tardó en llegar a nuestra aula.
-¿Quién ha sido?- preguntó de sopetón como si debiéramos saber de que hablaba -¿quién ha sido el gracioso? Como no salga el culpable vais a pagar todos.
Y todos nos miramos. Algunos con cara de incredulidad. Nosotros manteniendo el tipo, rictus de anonadados y sorprendidos por la reacción del director y sabiendo que el culpable estaba, en ese justo momento, dando clases de historia con el Piru.
-Pero, señor director, ¿qué ha pasado? –preguntó el negro ante la mirada inquisitorial de “el muerto”, D. Enrique el profesor de matemáticas, que esperaba para saber la respuesta.
-Alguno de estos energúmenos de camisa de rayas que ha sellado todas las puertas del edificio de profesores.
Don Enrique no dijo nada, pero tras la marcha de nuestro director, lo vimos reír por segunda vez en todos nuestros años de colegio. Sólo un instante antes de continuar las clases.
-La has liado, Frutti…
-No he hecho nada- respondió el aludido.
-Pisha, a otros con ese cuento, que nos conocemos de sobra y, además, tienes las manos llenas de silicona.
No pudo negarlo…. las pruebas eran palpables. Tanto que fue expulsado varios días y obligado a pagar las puertas cerradas pero…. «es que no es seguro que las puertas de los laboratorios estén abiertas, cualquier niño puede entrar y tomarse un yougur caducado».
Nunca supé si él llegó a hacerlo.
