El otro día acudí a Jerez a ver el ballet el Cascanueces que está girando por España el Ballet Estatal Ruso de Rostov y, más allá de la grata impresión que me dejó el espectáculo pese a la música “enlatada” y un escenario que, en no pocas ocasiones se quedaba pequeño para la coreografía, salí del teatro con una insana envidia.Pero envidia por algo más. Por ver el teatro lleno de niños que asisten silenciosos y atentos la espectáculo. Niños, alguno de no más de cinco años, que esperan con los ojos abiertos la salida de los bailarines, que aplauden entusiasmados cuando el ballet saluda al público. Que comentan los pasos en los descansos entre actos. Niños que disfrutan de un tipo de cultura muy alejado de los canones tradicionales. Pero niños al fin y al cabo, como se demostraba en algunas de las frases escuchadas entre el grupo de chicas que se sentaba en la fila de atrás:
-Está muy bien-dijo una de ellas – pero el primer acto se comprende mucho mejor en Barbie y el Cascanueces.
Sólo espero que, algún día, también el Falla se llene de comentarios como ese. Pues será motivo de alegría para la ciudad que exista, también, cantera para algo más que un caranval que nos atenza culturalmente y no nos deja respirar otros aires.