-Detective Jarque, mi cliente ha decidido aceptar su propuesta económica para llevar nuestro caso. En unos minutos llegará toda la información del caso. Tiene 15 días. Si transcurrido ese plazo no ha logrado avances que satisfagan a mi cliente el caso le será retirado y sólo se le pagarán los gastos derivados de sus gestiones, no así los emolumentos pactados en el contrato que, junto a la información, le debe estar llegando en este momento.
Justo en ese instante sonó el timbre y Jarque pudo observar a través del cristal tintado una silueta que se movía inquieta en el pasillo. Abrió la puerta y un joven de pelo negro y un pendiente en la ceja entró cojeando en el pequeño despacho. Llevaba una mochila de cuero que dejó caer en el sofá, antes de abrirla y dejar sobre la mesita auxiliar varias decenas de carpetas marrones. Después, y sin decir palabra alguna, extendió un papel tintado hasta el detective. Smith & Co. Abogados. Firmó allí donde una pequeña cruz le informaba que debía hacerlo y se lo devolvió al joven, que se marchó en silencio dando un portazo. Una carpeta se deslizó hasta el suelo, abriéndose y dejando unas fotos a la luz.
Jarque las miró. Se sentó en el suelo. Observando la foto sin atreverse a cogerla. La dejó allí y cogió la primera de las carpetas. Leyó el primer folio. Un escueto informe sobre la joven Vargas, hija del multimillonario salvadoreño Manuel Vargas de Chancua. Desaparecida el día 18 de octubre de 2009 y encontrada una semana después brutalmente asesinada en Tokio. Al otro lado del mundo. La mirada volvió a la fotografía y, por primera vez, la tomó entre sus manos. La joven era hermosa, el pelo negro le caía en cascadas, enmarcando unos enormes ojos verdes, que se abrían muertos en la fotografía. Estaba desnuda y le habían seccionado los pechos, tatuándole en la pierna la palabra “bienhallada”. La lengua se escapaba por garganta, allí donde le habían seccionado el cuello. El cuerpo, sin rastro alguno de sangre, estaba colocado en un sofá, de tal forma que el tatuaje quedaba perfectamente visible. Las manos sobre la rodilla derecha, una, y sobre un cojín la otra.
Tras ella, una foto de El Salvador y de la hacienda del padre de la joven. Pero, por alguna extraña razón, era él, un joven detective gaditano con un pasado turbio, quien era elegido para resolver un asesinato ocurrido en Tokio.