Golpes que se convierten en lágrimas silenciosas. En silenciosos sollozos en oscuros rincones. Golpes que acrecientan la soledad y la tristeza por el ausente. Del que se hace ausente, del que está ausente. Y ausenta a quién está. Cuando eso pasa, entran ganas de enfrentarse a todos. A los que ayudan a la vida a golpear a quien no lo merece. Y lanzarse en ayuda de quien ha sido golpeado. Tirarse en el barro, mancharse junto a esa persona y gritar que otros le ayudaran a recibir la paliza. A cubrir los golpes, a llorar juntos, a curar cada herida y cada moratón.
Y recordar que no siempre se ausentan quienes están. Muchas veces somos nosotros quienes nos cerramos a la verdad. A la verdad que pone a nuestro lado a la persona adecuada. Que se encuentra con los brazos abiertos para abrazar, con los oídos listos para escuchar, con el corazón lleno de desazón por la tristeza del otro. Pero siempre ausente hasta que se necesita de él.
