Aun recuerdo aquellas tardes en la Bomba, cuando el curso iba llegando a su final y el tiempo era demasiado bueno para estar en clase. En aquella época pocos éramos los que faltábamos a clase, tal vez pensando que la Historia tenía salida y que los profesores debían ser respetados. Pero, saben, cuando uno estudia en una ciudad como Cádiz, al final siempre sobran motivos para no ir a clases.Con Marchena no importaba tanto. Si había partido o se acercaban los carnavales era él quién daba excusas para no venir. Es lo malo –y lo bueno- de vivir en una ciudad dominada por las antiguas Fiestas Populares, que hasta un profesor universitario puede salir en un coro o, como era el caso, escribir las letras de algún que otro primer premio del Concurso del Falla.
De todas formas, y tal vez porque aún andábamos por segundo, no nos importaba perder sus clases, preferíamos que la estrategia saliera bien, antes que ver como nuestros compañeros comenzaban a aparecer, como ratas abandonando un barco, desde cualquier rincón oscuro, escalera o aula vacía cuando nuestros queridos docentes negaban la mayor con un “yo he venido”.
A lo que nosotros respondíamos, entre risas, con un “me temo que nosotros también” mientras en mi mente se repetía la misma premisa: Estudiar es una obligación, fumarse las clases mucho más que una esperanza.