Robbel se había transformado en un solo segundo. Los ojos de su enemigo parecieron salir de sus orbitas mientras los brazos del drow se convertían en plata. Iba a decir algo, pero justo cuando su boca se abría, mientras su espada se dirigía hacia él, un golpe seco destrozó su abdomen, clavandole una lasca de su propia armadura en el pulmón. La daga chirrió estridentemente sobre la coraza del draconiano, mientras resbalaba sobre ella antes de abrir una fisura en el metal. El golpe sorprendió al guerrero, que no esperaba que una simple daga atravesara tan fácilmente sus defensas. El rostro del draconiano se congestionó según el aire comenzaba a escaparse por su costado. Buscó desesperadamente a su compañero, pero tan solo pudo ver como caía, envuelto en llamas, por la muralla exterior. Estiró su brazo hacia él, suplicando con la mirada que no le dejará solo con aquel ser, no tuvo fuerzas para empuñar la espada y cayó a los pies de aquel drow recubierto de plata.-¡Sigamos bailando, señores, sigamos bailando!
El draconiano cayó al suelo sin entender como aquel insignificante drow había podido dañarlo. Había intentado seguir luchando, pero las fuerzas le fallaron con tanta rapidez como la sangre brotó de su boca. Con un último aliento, se retiró el casco, dejando a la vista su rostro ensangrentado que no entendía como podía haber muerto de aquella estúpida manera. No le dio a tiempo ver como la espada de Robbel volaba hacia su compañero, que tan solo pudo saltar a un lado, pero no lo suficiente como para que el fuego de aquel acero mágico quemase parte de sus ropas.
El tercer de los draconianos, observaba la escena, por primera vez un grito surgió de sus labios. Aquel baile que le proponían no le valía, pero no podía retroceder. Al menos moriría luchando y no convertido en… prefería no pensarlo. A la par que gritaba se lanzó hacia delante desesperadamente, dirigiendo su espada al rostro de su enemigo.