El asalto de una caravana del Conde Askanter en las afueras de la ciudad pareció reforzar la idea, más aún cuando el propio Robbel indagó sobre lo sucedido sin poder llegar a conclusión alguno.
Para colmo, los lobos seguían atacando la ciudad, pero ya no solo caían drows bajo sus garras: hombres, enanos, elfos… todo el que estuviese cerca de sus garras era pasto de sus colmillos. Y ni Hathaltoy ni Askanter parecían dispuestos a mostrarse en estos momentos. Líderes de vampiros y drows, pero ocultos en las sombras de sus conspiraciones.
Hasta que, por fin, un día Hathaltoy apareció, en el centro de la plaza, frente a la taberna que ahora regentaba un viejo héroe local. Allí el gran lobo gris que guiaba la manada mostró su rostro: el príncipe de los cainitas apareció ante todos. Los rumores se convirtieron en verdades: la guerra había comenzado.
Y esa misma noche, poco después de la aparición del Matusalen, llegaron los primeros sonidos de la batalla: los muertos se levantaban a las ordenes de oscuros vampiros nunca vistos en la ciudad. Los héroes acudieron prestos a lo que pensaban la batalla final. Pero poco debieron hacer.
Los muertos caían inanimados a sus pies mientras cuatro vampiros trataban de mantener el frente abierto. Pero ni siquiera ellos podían hacer frente a los frikardienses. No importaba. Su misión era un existo, pues mientras las tropas leales al rey se posicionaban en el cementerio, defendiendo con sus vidas las calles más próximas a la muerte, un ejercito se posicionaba frente a las murallas de la ciudad. Hombres y bestias, demonios y criaturas infernales llegadas de todos los rincones del mundo se apostaban frente a la ciudad.
Esa misma noche llegaron las primeras noticias de Askanter: los refugios de Conde se abrían para la población mientras el alba comenzaba a iluminar la noche. Y con el alba llegó la paz al cementerio: los vampiros que no habían muerto bajo las armas de sus enemigos cayeron bajo los rayos del sol. Y con ellos el ejercito no-muerto volvió a reposar sobre la tierra de la que no debieron salir.
Pero el fin del conflicto no estaba cerca: el sonido de maquinas de guerra acercándose a la ciudad era ensordecedor. La primera piedra cayó cerca de las murallas, la segunda aplastó a un soldado de libre blanca y azul y el escudo de la Casa de Mot, contra el empedrado.
Y a lo lejos, sonó la guerra mientras las primeras escalas se enganchaban en los merlones de la muralla….