Como norma general yo no salía con la tuna. No por nada. Simplemente porque yo no era tuno. Ni siquiera la mascota. No iba conmigo eso de vestirme de grillo y cantar clavelito por las calles de Cádiz. Pero aquel día, no sé porqué, lo hice. O tal vez me encontré con ellos por casualidad. No lo recuerdo aunque, seguramente, sería lo segundo. Sí, seguro. Porque según voy escribiendo esto me vienen las imágenes a la cabeza.Yo iba a buscar un taxi para volver a casa, vaya usted a saber qué hora sería pero, sin duda, tarde. Y me encaminé a Diputación. Ya sabrán todos que bajo la Casa Rosa, entonces de Román hoy de Cabañas, siempre hay taxis. Y allí fui donde los vi. Estaban en la fuente de las tortugas. Literalmente. Cantándole algo a alguien que también estaba allí. Literalmente. Vi algunos tunos entorno a la fuente. Pero mi amigo Lacueva estaba EN la fuente.
-Cómele la boca
-Dale un pico
-¡Hazlo!
Sí, yo también me pregunté qué estaba pasando EN la fuente y mi curiosidad pudo más que mi sueño. Me acerqué. Miré. Y reí. Mucho, muchísimo. Aún hoy me río. Allí, EN la fuente, estaba el Negro, en calzoncillos, con Lacueva -allí el Visir- sentado en el borde de la misma mirando como nuestro aún entonces amigo intentaba comerle la boca a la tortuga. Sin conseguirlo. Y lo intentó Pero el agua que, también por aquel entonces, manaba de la misma, le impedía acercar sus labios al morro de hierro y piedra de la tortuga.
Y es que la tuna, y los tunos, son capaces de enrollarse con cualquier cosa.