Tenía ganas de ir a ver Los hijos de Huang Shi y ayer por fin lo hice. Reconozco que la historia me emocionó. No podía ser menos: un joven periodista que se adentra en China, durante la guerra con Japón, para cubrir la noticia. La suerte le lleva a encontrarse con un general comunista que le rescatará de los japoneses –el verdadero mal en la película- y le conduce, con ayuda de una joven enfermera, hasta un orfanato que ha sido abandonado por sus profesores. Finalmente George Hogg, llevará a los chicos entre las montañas hasta el desierto del Gobi, a más de 1000 km de distancia huyendo de la guerra.Pero lo mejor de todo es la cercanía a la historia real: Hogg existió y era periodista; la escuela existió y llegó a adoptar a cuatro niños; recorrieron el camino huyendo de los japoneses, y la cuarta no se la cuento porque los finales no deben estropearse jamás, pero ni eso es del todo real. Todo lo demás, es falso. Una mentira al servicio de un héroe británico afín al comunismo. Un rara avis de esos que han quedado ocultos por la historia. Por eso da rabia que las verdaderas peripecias de Hogg hayan quedado silenciadas. Déjenme darles un consejo: echen un ojo a su verdadera historia y comprobarán que la película habría ganado mucho. Y, eso sí, recuerden una filosofía de vida que crece en Hogg y se recoge en la película y que debería marcar nuestro devenir diario: