Pero, sobre todo, mis ojos se van hacía los libros raros, curiosos, distintos. El otro día cayó en mis manos una de esas extrañas obras españolas del XIX, un elogio a los pechos de la mujer. Todo un libro escrito para deleite de los amantes del seno, ese blanco fruto que florece en primavera como las amapolas y del que las sanguijuelas no extraen sangre sino leche. Como les digo, una joya por su rareza. Más aún cuando el libro había sido encuadernado, por su primer dueño, junto a una obra teológica. Curiosidades de la vida, o lector precavido que escondía la obra de los ojos de su mujer.
Y es que, pasear entre las letras del pasado nos da una visión real de lo que acontecía. Realidades tan cercanas a la nuestra como la que recogía un epitafio jocoso tras la muerte de un diputado, en 1848:
Aquí yace don Fulgencio
Diputado de cortes
quien guardó más silencio en vida
O juegos pasados y presentes, que se regulaban como no se hace ahora –tal vez porque ahora los niños juegan a los videojuegos y no a las prendas- pero que ya en el XIX establecieron las normas de tan repetido juego. Lo he tenido en mis manos, las normas, las pruebas y las prendas a pagar. Todo perfectamente reglado.
Pero, dirán, ¿a que viene todo esto? Y la respuesta es sencilla: no tiren sus libros pues algún día iluminarán los sueños de gente como yo, igual que ahora nos llenan la imaginación de historias. Y de paso, ahora que los Reyes Magos comienzan a preparar sus camellos: pienses en libros, regalen sueños escritos en papel. Historias de todo tipo y para todo publico. Y, sobre todo, háganlo con los niños: compren libros y lean junto a ellos. Enséñenles a disfrutar con la lectura como otros hicieron con ustedes.
