La gran regata

El año 1992 fue especial para nuestro país. Y un año de Olimpiadas, Expo y Gran Regata y de los tres eventos guardo mis propios recuerdos, de esos que se quedan marcados para siempre en uno. De las Olimpiadas recuerdo el partido de España en la final de fútbol, ni siquiera me acuerdo de contra quién jugaban, pero sí de haberlo visto en casa de Antonio, con el pequeño televisor que ponía en el garaje mientras jugábamos al Warhammer situado en mitad de la parcela. Ese día abracé a la televisión, a Antonio, a Jaime y a todos los que estábamos allí cuando Kiko marcó el 3-2. Recuerdo, aquel, de que España también ganaba en fútbol mucho antes de la llegada de los «bajitos».
De la Expo recuerdo ir con mi tía muchos días, recorrer los pabellones, pasar calor y hacer colas. De allí guardo muchas fotos, un pasaporte de haber visto todos los pabellones países. Pero si de algo guardo muchos recuerdos es, sin duda, de la Gran Regata. Esa que pasó desapercibida en España pero que marcó Cádiz hasta el punto de que todo se compara con aquello.
De allí, de un puerto lleno de barcos históricos, me quedo con la pobreza del barco ruso -que vendía todo en sus cubiertas- y la belleza del Americo Vespucci. Tengo imagenes grabadas en la retina para siempre: la salida de los navíos por la bahía. El horizonte lleno de palos y velas. Quizá porque aquella imagen me trasladase a otro tiempo, un tiempo en el que Cádiz fue la puerta del mundo y su puerto se encontraba siempre como aquellos días de 1992; o como estos días de 2012.
No creo que este año me acerque al muelle, demasiadas colas y demasiadas cosas que hacer; pero sin duda es una oportunidad para aquellos que no disfrutaron de aquel increíble año de 1992.

Publicado por Javi Fornell

Historiador y novelista. Amante de las letras y de los libros. Guía turístico en la provincia de Cádiz y editor en Kaizen Editores

2 comentarios sobre “La gran regata

  1. Yo fui el Viernes para evitar toda la aglomeración del Sábado y Domingo, y me siguió pareciendo tan majestuoso el espectáculo como en aquellos días de 1992. Ahora comparo una fotografía de entonces, con 20 años y estudiante de Navales, con la de ahora, currante y con mi hijo en brazos. La exclamación es inevitable: \»cojones, cómo ha pasado el tiempo\»

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